viernes, 26 de febrero de 2010

Las invitaciones

El mismo día de la mudanza fuimos a avisarles a los abuelos de mi novio. Llegamos a la casa bastante tarde y estaban dormidos. No habíamos comido y uno de los tíos amablemente nos invitó a su casa, para conocerla. Platicamos con él y quedó de asistir al evento. Regresamos a la casa de los abuelos y ya los encontramos despiertos, mi novio primero le dijo a su abuela y a su tía y después fuimos con el abuelo. Fue muy lindo, nos escuchó, nos platicó y nos felicitó. Listo, abuelos avisados y confirmados.

Yo ya estaba muy tranquila porque mis consanguíneas ya sabían, pero el domingo antes de la boda me asaltó de nuevo el pánico. Si bien la boda era entre semana, a una hora imposible para la gente que trabaja, igual tenía que invitar a algunas personas. Les llamé a dos tías que aseguraron ir y a una amiga compartida con mi mamá. Luego me asaltó una duda: no soy una persona de muchos amigos pero tenía una amiga de la prepa, reencontrada hacía relativamente poco, a quien tenía ganas de invitar. Por una u otra razón no le había podido decir en vivo, justo el viernes anterior habíamos quedado de vernos y al final de cuentas no se pudo. Me daba “cosa” llamarle y avisarle, así que no lo hice. Sé que fue una mala decisión pero no me parecía una noticia que se podía dar por teléfono. Ahora quisiera haberle dicho, pero ya no es posible. Esperemos que nos volvamos a reencontrar.

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